La invención del telégrafo produce una simbiosis en la transmisión de información, allá por 1829. Las palomas mensajeras y el propio telégrafo son las tecnologías punteras, nadie se plantea una tecnología mejor o no hay medios para ella. La necesidad del ser humano por estar informado atraviesa cualquier frontera, no hay límite material que se le interponga. Sin embargo, ¿quién decide la información que se transmite?
Las relaciones entre los poderes económicos y políticos pueden ser viciosas. Con el debido respeto entre todas las instituciones, las sinergias producidas entre ellas deberían ser beneficiosas para todo el mundo. No obstante, un choque de intereses, ante la evidente diferencia de las competencias a desempeñar, podría ser letal si no se adquiere la mesura adecuada. Esto crea una problemática a la hora de producir información, que ha de ser discutida con precisión entre todos los poderes intervinientes. El poder político no puede vivir sin el económico, ni el judicial, ni tan siquiera con el poder de la información.
Es el poder económico el que hace posible que inventos como el telégrafo potencien algo tan importante y necesario, como es la información. Quien tiene la información tiene un poder muy valioso que puede utilizar. Por tanto, es en esta lucha los distintos poderes se interesan por controlar lo que el público en general recibe.
Y precisamente la capacidad de la humanidad, genial en los momentos cruciales de la Historia, quien se las ingenia para que sus intereses prevalezcan sobre cualquier otro interés particular. La humanidad siempre se ha caracterizado por sobrevivir y enfrentarse en los momentos más difíciles. Los seres humanos necesitan de esa retroalimentación para enriquecerse intelectual y materialmente, con el fin último de mejorar y cubrir las necesidades básicas como sociedad civilizada. Quien ha de controlar la información debe ser la propia necesidad humana de supervivencia y no los intereses individuales.