Enfrentarse a una hoja en blanco puede ser duro si no se tiene nada importante que decir.
Enfrentarse a una hoja en blanco puede ser fácil si se tienen muchas cosas que decir.
Enfrentarse a una hoja en blanco puede ser difícil si uno no sabe qué decir.
Nos miramos todos los días ante el espejo y decimos, un día más. O un día menos. El ir y venir de nuestros días es como una hoja en blanco que inevitablemente escribimos según pasan las horas y minutos. No sé lo que voy a escribir dentro de unos minutos, tampoco lo que voy a escribir mañana o lo que escribí ayer. Las letras se fugan con el silbido del viento y los mensajes que importan son los que permanecen en nuestra mente.
Dejamos nuestra impronta en una vida llena de vivencias y a veces, nos cuesta escribir sobre una hoja en blanco. Tantas páginas en el libro vital de nuestro ser para tener miedo de una hoja en blanco. Suena irónico. Tantos capítulos escritos y por escribir para que una hoja de papel venza el combate.
Sin embargo, todos sabemos que al final no vamos a perder esa batalla. De una manera, u otra, todos acabamos escribiendo nuestras líneas en una hoja de papel. Unos lo hacen con lápiz, pluma o bolígrafo publicitario, pero escribirán. No hay mejor o peor forma de hacerlo, tan solo hay maneras de mover el lapicero para escribir el relato de nuestra existencia efímera en un universo infinito.
Al mismo tiempo que hablo sobre el miedo a una hoja de papel, sigo sin saber qué escribir cuando estoy delante de una hoja en blanco. Da igual que sea de papel o digital. Uno cree que no sabe enfrentarse a una hoja en blanco y piensa que es duro si no tienes nada importante que decir, pero enfrentarse a una hoja de papel puede ser fácil si se tienen muchas cosas que decir. Las llevamos dentro aunque creamos que no y no lo sepamos. Siempre hay algo que decir en una hoja en blanco.