Llega el estío y la pregunta me asalta de nuevo. ¿Volverá el verano a Motril? No ha empezado la época estival más calurosa del año y ya tengo la mecha de mi cabeza encendida. Y eso que todavía quedan 33 días para que el verano comience de manera oficial. Hay lugares de España que he visitado hace muchos años y todavía guardo un recuerdo en mi retina. Un ejemplo de ello es La Alhambra. Fue hace mucho cuando la visité con el instituto y de vez en cuando me prometo a mí mismo que volveré.
Sin embargo, aquí me vuelvo a hacer otra pregunta, ¿Cuándo volveré? Viajar al Mediterráneo en verano es un deber moral. Los viajes en el tiempo son una parte fundamental de mí. Sin ellos no sería capaz de trasladarme a los grandes momentos que se guardan en mi memoria. Llevo toda mi vida viajando a través del tiempo, ya sea al pasado, presente o futuro más inmediato.
Si no encuentro las palabras para decirlo, ya se encarga el tiempo de hacerlo. El tiempo premia a los que saben esperar su momento. La vida está llena de oportunidades que uno puede o no aprovechar. En el caso del amor es más difícil saber si estás ante una oportunidad o una catástrofe. Las cosas del corazón, ya saben, son complejas. Subestimamos el poder de las palabras, su capacidad para diluir montañas y construir castillos de arena.
El aura de misterio que rodea a las personas me ha llevado a titular esta reflexión de la siguiente manera: «Secretos detrás de una pantalla». Las pantallas nos otorgan una fortaleza que no tiene límites. Todos guardamos secretos detrás de ellas. Las conversaciones esporádicas entre desconocidos unen norte y sur a golpe de mensajes. En ocasiones uno se debate entre la locura y la cordura de un viaje en el tiempo a ninguna parte, que hoy tiene forma de La Alhambra, mañana, de Londres y en verano puede ser Motril.
«La fortuna sonríe a los valientes», dicen algunas campañas publicitarias de dudosas intenciones morales. Aunque creo que la frase tiene algo de cierto. «Quien no arriesga, no gana», se suele decir en conjuras valientes entre amigos. Y es verdad. Pero nos preocupamos tanto por el pasado y el futuro que a veces nos olvidamos de lo importante que es disfrutar del presente.
Cuando hago memoria de los grandes momentos en la historia de mi vida, me doy cuenta de que los más intensos son aquellos en los que fui valiente. Me armé de valor en aquellas batallas para decirle a la cara del destino:
«No creo en ti, creo en mí».
Esos momentos viajan a menudo por el carrete de mi mente, pero se esfuman en cuanto recuerdo lo efímero de mi presente. Escribo sobre los ecos de un verano que todavía está por llegar, mientras en mi primavera florece una ilusión que será difícil de cortar. Un verano más, escribo al aire de una pantalla en blanco para hablar de mi destino, aquel en el que no creo, para preguntarme si está escrito o todavía está por escribir.